Me equivoqué, me equivoqué, me equivoqué, pequé. Creí que Benjamin Netanyahu se ceñiría a la línea que le ha guiado a lo largo de los años -con una terrible excepción, la guerra de la Operación Margen Protector contra Gaza de 2014- y demostraría moderación ("¿Puedo hablar bien de Netanyahu?", 7 de mayo).
La moderación momentánea del primer ministro se ha revelado ahora como una estratagema. El martes ordenó una criminal matanza selectiva, y el miércoles Israel incitó a una “guerra total”.
El responsable de esta terrible cadena de acontecimientos es el Primer Ministro. Si efectivamente entramos a otra guerra en Gaza, como presumiblemente pretende, será imposible perdonárselo. Todos sus años de relativa moderación en el uso de la fuerza palidecerían ante el actual belicismo, más inútil e ilegítimo que todos sus predecesores. En el invierno de su carrera Netanyahu decidió unirse a sus predecesores en el cargo y hablar el lenguaje de la guerra atacando Gaza.
La operación de asesinato del martes guarda un doloroso parecido con la que tuvo como objetivo a Salah Shehadeh en julio de 2002. Además del líder militar de Hamás en Gaza en aquel momento, murieron 14 personas, 11 de ellas niños. El martes murieron 10 no combatientes, entre ellos mujeres y niños que fueron asesinados mientras dormían.
La única diferencia es que en 2002 Israel y el mundo seguían condenando el asesinato de inocentes, mientras que en este último ataque del pasado martes Israel celebró en completa unidad, comenzando por el ministro de Seguridad Nacional Itamar Ben-Gvir siguiendo hasta la diputada del Partido Laborista Efrat Rayten, la tía santurrona de United for Israel's Soldiers.
En 2002 había una pequeña duda sobre si los pilotos y sus comandantes sabían que estaban a punto de matar a civiles inocentes -los militares intentaron mentir en ese momento, afirmando que pensaban que los edificios de apartamentos que fueron bombardeados eran "edificios deshabitadas". En cambio en este ataque de hace unos días ya no había ninguna duda: Desde el Primer Ministro en adelante, los pilotos, los operadores de aviones no tripulados y sus comandantes sabían muy bien que estaban a punto de matar a seres humanos de forma indiscriminada - y aún así bombardearon.
Netanyahu también lo sabía, por supuesto, y aun así dio la orden.
Las fotos de los niños muertos que se publicaron el miércoles, los hijos del médico y los de los comandantes de la Yihad Islámica palestina, prueban que se cometió un crimen de guerra atroz. No existe el niño cuya muerte mientras duerme merezca estos asesinatos, que además no llevan a ninguna parte y no sirven para nada mas que satisfacer la sed de venganza y fanfarronería de Israel.
Netanyahu decidió el martes ser Benny Gantz y Yair Lapid, Ehud Olmert y Ehud Barak. Bombardearía la maltrecha, asediada y empobrecida Gaza porque eso es lo que quiere Israel. A veces es difícil entender cómo un Estado puede persistir en llevar a cabo la misma política idiota y fracasada, una y otra vez, gobierno tras gobierno, sin aprender nada y sin olvidar nada. ¿Hubo una sola guerra en Gaza que hiciera algún bien a alguien, excepto a los señores de la guerra? ¿Hubo un solo bombardeo, una sola matanza selectiva que resolviera algo? Ahora la culpa es de Netanyahu, esta vez no hay nadie más. Podría haberlo evitado, como hizo antes, y sin embargo inició alegremente una guerra.
Cuando a principios de semana intenté hablar bien de Netanyahu, debido a la moderación que había mostrado por un momento, los mejores lectores de Haaretz se enfurecieron, por supuesto. Abundaron las respuestas tóxicas y los comentarios despreciables, pero también hubo una respuesta que me llegó al corazón, la de Yishai Sarid, autor cuya opinión valoro y tengo en la más alta estima. Me permitió publicarla: "Me dirijo a usted después de dudar, y con afecto e inmenso aprecio por la obra de su vida. También como hijo de Yossi. ... Ha llegado el momento de renunciar definitivamente a Netanyahu. Los elogios no concuerdan con los montones de cadáveres de esta mañana".
Correcto, Yishai. Tienes razón y yo cometí un error atroz y crítico, quizá imperdonable. Mientras escribo estas líneas el cielo empieza a tronar y las sirenas a ulular incluso en Tel Aviv. Gaza ha estado temblando durante tres días y tres noches, y parecía -a pesar de los informes de anoche sobre un inminente alto el fuego- que pronto a los niños muertos Hajar, Miar y Ali se unirían muchos otros niños. Su sangre, la sangre de los niños pequeños, para la que Satanás no ha ideado una retribución adecuada, estará en manos de Benjamin Netanyahu. Él y ningún otro.
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