miércoles, 14 de agosto de 2024

Como ex-soldado de las Fuerzas de Defensa de Israel e historiador del genocidio, mi reciente visita a Israel me dejó profundamente perturbado

 



Este verano, estudiantes de extrema derecha protestaron contra una de mis conferencias. Su retórica trajo a la mente algunos de los momentos más oscuros de la historia del siglo XX y se superpuso con las opiniones israelíes dominantes en un grado sorprendente.


Por Omer Bartov


ARTÍCULO DE LARGA LECTURA


El 19 de junio de 2024, tenía previsto dar una conferencia en la Universidad Ben-Gurion del Negev (BGU) en Be’er Sheva, Israel. Mi conferencia fue parte de un evento sobre las protestas universitarias en todo el mundo contra Israel, y planeé abordar la guerra en Gaza y, en términos más generales, la cuestión de si las protestas eran expresiones sinceras de indignación o estaban motivadas por el antisemitismo, como algunos habían afirmado. Pero las cosas no salieron según lo planeado.

Soldados israelíes en la franja de Gaza- Enero 2024 /The Guardian


Cuando llegué a la entrada de la sala de conferencias, vi a un grupo de estudiantes congregarse. Pronto se supo que no estaban allí para asistir al evento sino para protestar contra él. Los estudiantes habían sido convocados, al parecer, por un mensaje de WhatsApp enviado el día anterior, que denunciaba la conferencia y pedía acción: “¡No lo permitiremos! ¡¿Hasta cuándo nos traicionaremos a nosotros mismos?!?!?!??!!


El mensaje continuaba alegando que yo había firmado una petición que describía a Israel como un “régimen de apartheid” (de hecho, la petición se refería a un régimen de apartheid en Cisjordania). También fui “acusado” de haber escrito un artículo para el New York Times, en noviembre de 2023, en el que afirmaba que aunque las declaraciones de los líderes israelíes sugerían intenciones genocidas, todavía había tiempo para impedir que Israel perpetrara un genocidio. Por esto, era culpable de los cargos. El organizador del evento, el distinguido geógrafo Oren Yiftachel, recibió críticas similares. Sus delitos incluían haber trabajado como director de la “antisionista” B’Tselem, una ONG de derechos humanos respetada a nivel mundial.


Cuando los participantes del panel y un puñado de profesores, en su mayoría ancianos, entraron al salón, los guardias de seguridad impidieron la entrada a los estudiantes que protestaban. Pero no les impidieron dejar abierta la puerta de la sala de conferencias, gritar consignas por megáfono y golpear con todas sus fuerzas las paredes.


Después de más de una hora de interrupción, acordamos que tal vez lo mejor sería pedir a los estudiantes manifestantes que se unieran para conversar, con la condición de que detuvieran el griterío. Un buen número de esos activistas finalmente entraron y durante las siguientes dos horas nos sentamos y hablamos. Al final resultó que, la mayoría de estos hombres y mujeres jóvenes habían regresado recientemente del servicio militar, durante el cual habían estado desplegados en la Franja de Gaza.

Este no fue un intercambio de opiniones amistoso o “positivo”, pero fue revelador. Estos estudiantes no eran necesariamente representativos del cuerpo estudiantil de Israel en su conjunto. Eran activistas de organizaciones de extrema derecha. Pero lo que decían reflejaba un sentimiento mucho más generalizado en el país.


No había vuelto a Israel desde junio de 2023, y durante esta última visita encontré un país diferente al que había conocido. Aunque trabajo en el extranjero desde hace muchos años, nací y crecí en Israel. Es el lugar donde vivieron y están enterrados mis padres; es donde mi hijo ha establecido su propia familia y donde viven la mayoría de mis mejores y más antiguos amigos. Conociendo el país desde dentro y habiendo seguido los acontecimientos aún más de cerca de lo habitual desde el 7 de octubre, no me sorprendió del todo lo que encontré a mi regreso, pero aun así fue profundamente inquietante.


Al deliberar sobre estas cuestiones, no puedo dejar de recurrir a mi experiencia personal y profesional. Serví en las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) durante cuatro años, un período que incluyó la Guerra de Yom Kippur de 1973 y puestos en Cisjordania, el norte del Sinaí y Gaza, terminando mi servicio como comandante de una compañía de infantería. Durante mi estancia en Gaza, vi de primera mano la pobreza y la desesperanza de los refugiados palestinos que se ganan la vida a duras penas en barrios congestionados y decrépitos. Recuerdo más vívidamente patrullar las calles silenciosas y sin sombras de la ciudad egipcia de ʿArish –que entonces estaba ocupada por Israel– atravesados ​​por las miradas de la población temerosa y resentida que nos observaba desde sus ventanas cerradas. Por primera vez entendí lo que significaba ocupar a otro pueblo.


El servicio militar es obligatorio para los judíos israelíes cuando cumplen 18 años, aunque hay algunas excepciones. Después aún se te puede pedir que sirvas nuevamente en las FDI, para entrenamiento u tareas operativas, o en caso de emergencias como una guerra. . Cuando me llamaron a filas en 1976, estaba estudiando en la Universidad de Tel Aviv. Durante ese primer despliegue como oficial de reserva fui gravemente herido en un accidente de entrenamiento junto con una veintena de mis soldados. Las FDI encubrieron las circunstancias de este suceso causado por la negligencia del comandante de la base de entrenamiento. Pasé la mayor parte de ese primer semestre en el hospital de Be’er Sheva, pero regresé a mis estudios y me gradué en 1979 con una especialidad en Historia.


Estas experiencias personales hicieron que me interesara aún más una pregunta que me había preocupado durante mucho tiempo: ¿qué motiva a los soldados a luchar? En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, muchos sociólogos estadounidenses sostuvieron que los soldados luchaban ante todo unos por otros, más que por algún objetivo ideológico más amplio. Pero eso no encajaba del todo con lo que había experimentado como soldado: creíamos que estábamos allí por una causa más amplia que superaba a nuestro propio grupo de amigos. Cuando terminé mis estudios universitarios también comencé a preguntarme si, en nombre de esa causa, se podía obligar a los soldados a actuar de maneras que de otro modo considerarían reprensibles.


Tomando el caso extremo, escribí mi tesis doctoral en Oxford, publicada más tarde como libro, sobre el adoctrinamiento nazi del ejército alemán y los crímenes que perpetró en el frente oriental durante la Segunda Guerra Mundial. Lo que encontré iba en contra de cómo los alemanes en la década de 1980 entendían su pasado. Preferían pensar que el ejército había librado una guerra “decente”, incluso cuando la Gestapo y las SS perpetraban genocidio “a sus espaldas”. A los alemanes les llevó muchos años más darse cuenta de cuán cómplices habían sido sus propios padres y abuelos en el Holocausto y en el asesinato en masa de muchos otros grupos en Europa del Este y la Unión Soviética.

Cuando estalló la primera intifada o levantamiento palestino a finales de 1987 yo estaba enseñando en la Universidad de Tel Aviv. Me horroricé por la orden dada por Yitzhak Rabin, entonces ministro de Defensa, a las FDI de “romper brazos y piernas” a jóvenes palestinos que tiraban piedras a tropas fuertemente armadas. Le escribí una carta con argumentos basados en mi investigación sobre el adoctrinamiento de las fuerzas armadas de la Alemania nazi y le decía que  temía que bajo su liderazgo las FDI estuvieran avanzando por un camino reprochable.


Como había demostrado mi investigación, incluso antes de su reclutamiento, los jóvenes alemanes habían internalizado elementos centrales de la ideología nazi, especialmente la visión de que las masas eslavas infrahumanas, dirigidas por insidiosos judíos bolcheviques, amenazaban a Alemania y al resto del mundo civilizado con la destrucción y que, por tanto, Alemania tenía el derecho y el deber de crearse un “espacio vital” en el este y diezmar o esclavizar a la población de esa región. Esta visión del mundo luego se inculcó aún más en las tropas, de modo que cuando entraron en la Unión Soviética percibían a sus enemigos a través de ese prisma. La feroz resistencia del Ejército Rojo no hizo más que confirmar la necesidad de destruir por completo a los soldados y civiles soviéticos por igual, y muy especialmente a los judíos, que eran vistos como los principales instigadores del bolchevismo. Cuanta más destrucción causaban, más temerosas se volvían las tropas alemanas ante la venganza que podrían esperar si sus enemigos prevalecían. El resultado fue la muerte de hasta 30 millones de soldados y ciudadanos soviéticos.

Para mi sorpresa, unos días después de escribirle, recibí una respuesta de una sola línea de Rabin, reprendiéndome por atreverme a comparar a las FDI con el ejército alemán. Esto me dio la oportunidad de escribirle una carta más detallada, explicándole mi investigación y mi ansiedad por utilizar a las FDI como herramienta de opresión contra civiles ocupados desarmados. Rabin respondió de nuevo, con la misma afirmación: "¿Cómo se atreve a comparar las FDI con la Wehrmacht?". Pero en retrospectiva, creo que este intercambio reveló algo sobre su posterior viaje intelectual. Porque, como sabemos por su participación posterior en el proceso de paz de Oslo, por imperfecto que fuera, finalmente reconoció que a largo plazo Israel no podría soportar el precio militar, político y moral de la ocupación.


Desde 1989 he estado enseñando en los Estados Unidos. He escrito profusamente sobre la guerra, el genocidio, el nazismo, el antisemitismo y el Holocausto, tratando de comprender los vínculos entre la matanza industrial de soldados en la Primera Guerra Mundial y el exterminio de poblaciones civiles por el régimen de Hitler. Entre otros proyectos, pasé muchos años investigando la transformación de la ciudad natal de mi madre – Buchach en Polonia (ahora Ucrania) – desde una comunidad de coexistencia interétnica a una en la que, bajo la ocupación nazi, la población gentil se volvió contra sus vecinos judíos. Si bien los alemanes llegaron a la ciudad con el objetivo expreso de asesinar a sus judíos, la colaboración local facilitó enormemente la rapidez y eficiencia del asesinato. Estos lugareños estaban motivados por resentimientos y odios preexistentes que se remontan al surgimiento del etnonacionalismo en las décadas anteriores y a la opinión predominante de que los judíos no pertenecían a los nuevos estados nacionales creados después de la Primera Guerra Mundial.


En los meses transcurridos desde el 7 de octubre, lo que he aprendido a lo largo de mi vida y mi carrera se ha vuelto más dolorosamente relevante que nunca. Como a muchas otras personas, estos últimos meses me han resultado desafiantes emocional e intelectualmente. Como muchas otras personas, mis familiares y los de mis amigos también se han visto directamente afectados por la violencia. escasez de Hay dolor donde quiera que mires.


El ataque de Hamas el 7 de octubre supuso un tremendo shock para la sociedad israelí del que aún no ha comenzado a recuperarse. Fue la primera vez que Israel perdió el control de parte de su territorio durante un período prolongado, y las FDI no pudieron evitar la masacre de más de 1.200 personas –muchas de ellas asesinadas de las formas más crueles imaginables– y la toma de más de 200 rehenes, entre ellos decenas de niños. La sensación de abandono por parte del Estado y de inseguridad constante (con decenas de miles de ciudadanos israelíes todavía desplazados de sus hogares a lo largo de la Franja de Gaza y en la frontera libanesa) es profunda.


Hoy en día, en amplios sectores del público israelí, incluidos aquellos que se oponen al gobierno, reinan dos sentimientos supremos.


El primero es una combinación de rabia y miedo, el deseo de restablecer la seguridad a cualquier precio y una desconfianza total en las soluciones políticas, las negociaciones y la reconciliación. El teórico militar Carl von Clausewitz señaló que la guerra era la extensión de la política por otros medios y advirtió que sin un objetivo político definido conduciría a una destrucción ilimitada. El sentimiento que ahora prevalece en Israel amenaza igualmente con convertir la guerra en su propio fin. Desde este punto de vista, la política es un obstáculo para lograr objetivos más que un medio para limitar la destrucción. Esta es una visión que, en última instancia, sólo puede conducir a la autoaniquilación.


El segundo sentimiento reinante –o más bien la falta de sentimiento– es la otra cara del primero. Es la absoluta incapacidad de la sociedad israelí actual de sentir empatía por la población de Gaza. Al parecer, la mayoría ni siquiera quiere saber qué está pasando en Gaza, y este deseo se refleja en la cobertura televisiva. Las noticias de la televisión israelí de estos días suelen comenzar con informes sobre los funerales de los soldados, invariablemente descritos como héroes, caídos en los combates en Gaza, seguidos de estimaciones de cuántos combatientes de Hamas fueron “liquidados”. Las referencias a muertes de civiles palestinos son raras y normalmente se presentan como parte de la propaganda enemiga o como motivo de presión internacional no deseada. Ante tanta muerte, este silencio ensordecedor parece ahora su propia forma de venganza.


Por supuesto, el público israelí hace mucho que se acostumbró a la brutal ocupación que ha caracterizado al país durante 57 de los 76 años de su existencia. Pero la escala de lo que las FDI están perpetrando ahora mismo en Gaza no tiene precedentes así como tampoco tiene precedente la completa indiferencia de la mayoría de los israelíes ante lo que se está haciendo en su nombre. En 1982, cientos de miles de israelíes protestaron contra la masacre de la población palestina en los campos de refugiados de Sabra y Chatila en el oeste de Beirut por parte de milicias cristianas maronitas, facilitadas por las FDI. Hoy en día, este tipo de respuesta es inconcebible. La forma en que los ojos de la gente se ponen vidriosos cada vez que se menciona el sufrimiento de los civiles palestinos y la muerte de miles de niños, mujeres y ancianos es profundamente inquietante.


Al encontrarme con mis amigos en Israel durante esta visita, sentí con frecuencia que tenían miedo de que yo pudiera interrumpir su dolor y que, al vivir fuera del país, no podía comprenderlo, ni tampoco comprender su ansiedad, desconcierto e impotencia. Cualquier sugerencia de que vivir aquí los había adormecido ante el dolor de los demás (el dolor que, después de todo, se estaba infligiendo en su nombre) sólo produjo un muro de silencio, un retiro en sí mismos o un rápido cambio de tema. La impresión que tuve fue constante: no tenemos lugar en nuestros corazones, no tenemos lugar en nuestros pensamientos, no queremos hablar ni que nos muestren lo que nuestros propios soldados, nuestros hijos o nietos, nuestros hermanos y hermanas, estamos haciendo ahora mismo en Gaza. Debemos centrarnos en nosotros mismos, en nuestro trauma, miedo e ira. En una entrevista realizada el 7 de marzo de 2024, el escritor, agricultor y científico Zeev Smilansky expresó este mismo sentimiento de una manera que me pareció chocante, precisamente porque procedía de él. Conozco a Smilansky desde hace más de medio siglo, y es hijo del célebre autor israelí S Yizhar, cuya novela de 1949 "Khirbet Khizeh" fue el primer texto de la literatura israelí que confronta la injusticia de la Nakba, la expulsión de 750.000 palestinos. de lo que se convirtió en el Estado de Israel en 1948. Hablando de su propio hijo, Offer, que vive en Bruselas, Smilansky comentó:


"Offer dice que para él cada niño es un niño, sin importar si está en Gaza o aquí. No me siento como él. Nuestros hijos aquí son más importantes para mí. Hay un desastre humanitario impactante allí, lo entiendo, pero mi corazón está bloqueado y lleno de nuestros niños y nuestros rehenes... No hay lugar en mi corazón para los niños en Gaza, por más impactante y aterrador que sea, y aunque sé que la guerra no es la solución.


Escucho a Maoz Inon, que perdió a sus dos padres [asesinados por Hamás el 7 de octubre]... y que habla de manera tan hermosa y persuasiva sobre la necesidad de mirar hacia adelante, que debemos traer esperanza y desear la paz, porque las guerras no lograr nada y estoy de acuerdo con él. Estoy de acuerdo con él, pero no puedo encontrar la fuerza en mi corazón, con todas mis inclinaciones izquierdistas y mi amor por la humanidad, no puedo... No es sólo Hamás, son todos los habitantes de Gaza los que están de acuerdo en que está bien matar a niños judíos, que esto es una causa digna... Con Alemania hubo reconciliación, pero se disculparon y pagaron reparaciones, ¿y qué [pasará] aquí? Nosotros también hicimos cosas terribles, pero nada que se acerque a lo que ocurrió aquí el 7 de octubre. Habrá que reconciliarnos pero necesitamos cierta distancia."


Este era un sentimiento generalizado entre muchos amigos y conocidos liberales de izquierda con los que hablé en Israel. Por supuesto, fue muy diferente de lo que los políticos de derecha y figuras de los medios han estado diciendo desde el 7 de octubre. Muchos de mis amigos reconocen la injusticia de la ocupación y, como dijo Smilansky, profesan “amor por la humanidad”. Pero en este momento, en estas circunstancias, no es en eso en lo que se centran. En cambio, sienten que en la lucha entre la justicia y la existencia, la existencia es prioritaria, y en la lucha entre una causa justa y otra –la de los israelíes y la de los palestinos– es nuestra propia causa la que debe triunfar, no importa el precio. Para quienes dudan de esta cruda elección, el Holocausto se presenta como la alternativa, por irrelevante que sea en el momento actual.


Este sentimiento no apareció de repente el 7 de octubre. Sus raíces son mucho más profundas.


El 30 de abril de 1956, Moshe Dayan, entonces jefe del Estado Mayor de las FDI, pronunció un breve discurso que se convertiría en uno de los más famosos en la historia de Israel. Se dirigía a los dolientes en el funeral de Ro’i Rothberg, un joven oficial de seguridad del recién fundado kibutz Nahal Oz, que fue establecido por las FDI en 1951 y se convirtió en una comunidad civil dos años después. El kibutz estaba situado a sólo unos cientos de metros de la frontera con la Franja de Gaza, frente al barrio palestino de Shuja’iyya.


Rothberg había sido asesinado el día anterior y su cuerpo fue arrastrado a través de la frontera y mutilado, antes de ser devuelto a manos israelíes con la ayuda de las Naciones Unidas. El discurso de Dayan se ha convertido en una declaración icónica, utilizada tanto por la derecha como por la izquierda política hasta el día de hoy:


Ayer por la mañana Ro'i fue asesinado. Deslumbrado por la calma de la mañana, no vio a quienes le esperaban emboscados al borde de una zanja. No acusemos hoy a los asesinos. ¿Por qué deberíamos culparlos por su odio ardiente hacia nosotros? Durante ocho años han estado viviendo en los campos de refugiados de Gaza, mientras ante sus ojos hemos transformado en nuestra propiedad aquella tierra y aquellas aldeas en las que ellos y sus antepasados ​​antes habitaron. No deberíamos buscar la sangre de Roi en manos de los árabes de Gaza sino en nuestras propias manos. ¿Por qué hemos cerrado los ojos sin afrontar abiertamente nuestro destino y nuestra misión en toda su crueldad? ¿Hemos olvidado que este grupo de muchachos que habitan en el kibutz de Nahal Oz lleva sobre sus hombros las pesadas puertas de Gaza, al otro lado de las cuales se agolpan cientos de miles de ojos y manos rezando por encontrar un momento de debilidad en nosotros para poder rompernos ? ¿lo hemos olvidado?…

Somos la generación del asentamiento; sin el fusil y el cañón no podríamos plantar ni un árbol ni construir una sola casa. Nuestros hijos no tendrán vida si no cavamos refugios y ponemos alambre de púas; sin ametralladoras no podremos pavimentar carreteras ni cavar pozos de agua. Millones de judíos que fueron exterminados porque no tenían tierra nos miran desde las cenizas de la historia y nos ordenan establecernos y resucitar una tierra para nuestro pueblo. Pero más allá de la zanja de la frontera se eleva un océano de odio y un ansia de venganza, esperando el momento en que la calma debilite nuestra postura y el día en que atendamos a la diplomacia hipócrita y conspiradora, que nos llaman a deponer las armas...

No nos inmutemos al ver el odio que acompaña y llena las vidas de cientos de miles de árabes que habitan a nuestro alrededor y esperan el momento en que puedan derramar nuestra sangre. No desviemos la vista para que nuestras manos no se debiliten. Este es el destino de nuestra generación. Ésta es la elección de nuestras vidas: estar preparados, armados, fuertes y firmes. Porque si nuestro puño suelta la espada nuestras vidas se acabarán."


Al día siguiente, Dayan grabó su discurso para la radio israelí. Pero faltaba algo. Atrás quedó la referencia a los refugiados que observaban a los judíos cultivar las tierras de las que habían sido desalojados, a quienes no se les debería culpar por odiar a sus usurpadores. Aunque pronunció estas líneas en el funeral y las escribió posteriormente, Dayan decidió omitirlas de la versión grabada. Él también conocía esta tierra antes de 1948. Recordó las aldeas y ciudades palestinas que fueron destruidas para dejar espacio a los colonos judíos. Entendió claramente la ira de los refugiados al otro lado del muro. Pero también creía firmemente en el derecho y en la urgente necesidad de un asentamiento y un Estado judíos. En la lucha entre abordar la injusticia y apoderarse de la tierra, eligió un bando sabiendo que eso condenaría a su pueblo a depender para siempre de las armas. Dayan también sabía bien lo que el público israelí podía aceptar. Fue debido a su ambivalencia sobre dónde residía la culpa y la responsabilidad por la injusticia y la violencia, y a su visión determinista y trágica de la historia, que las dos versiones de su discurso terminaron apelando a orientaciones políticas muy diferentes.


Décadas más tarde, después de muchas más guerras y ríos de sangre, Dayan tituló su último libro ¿Devorará la espada para siempre? Publicado en 1981, el libro detalla su papel en el logro de un acuerdo de paz con Egipto dos años antes. Finalmente había aprendido la verdad de la segunda parte del versículo bíblico del que tomó el título del libro: “¿No sabes que al final será amargura?”


Pero en su discurso de 1956, con sus referencias a cargar las pesadas puertas de Gaza y a los palestinos esperando un momento de debilidad, Dayan aludía a la historia bíblica de Sansón. Como habrían recordado sus oyentes, Sansón el israelita, cuya fuerza sobrehumana derivaba de su largo cabello tenía la costumbre de visitar a las prostitutas en Gaza. Los filisteos, que lo veían como su enemigo mortal, esperaban tenderle una emboscada contra las puertas cerradas de la ciudad. Pero Sansón simplemente levantó las puertas sobre sus hombros y salió libre. Fue sólo cuando su amante Dalila lo engañó y le cortó el cabello que los filisteos pudieron capturarlo y encarcelarlo, dejándolo aún más impotente al sacarle los ojos (como se dice que también hicieron los habitantes de Gaza que mutilaron a Ro'i). Pero en una última hazaña, mientras sus captores se burlan de él, Sansón pide la ayuda de Dios, se apodera de las columnas del templo al que lo habían llevado y las derrumba sobre la alegre multitud que lo rodeaba, gritando: “Que muera yo con los filisteos!


Esas puertas de Gaza están profundamente arraigadas en la imaginación sionista israelí, un símbolo de la división entre nosotros y los “bárbaros”. En el caso de Ro’i, afirmó Dayan, “el anhelo de paz le tapó los oídos y no escuchó la voz asesina que lo esperaba en una emboscada. Las puertas de Gaza pesaban demasiado sobre sus hombros y lo aniquilaron”.


El 8 de octubre de 2023, el presidente Isaac Herzog se dirigió al público israelí y citó la última línea del discurso de Dayan: “Este es el destino de nuestra generación. Ésta es la elección de nuestras vidas: estar preparados, armados, fuertes y firmes. Porque si la espada cae de nuestro puño, nuestras vidas serán cortadas”. El día anterior, 67 años después de la muerte de Ro'i, militantes de Hamas asesinaron a 15 residentes del kibutz Nahal Oz y tomaron ocho rehenes. Desde la invasión de Gaza en represalia por parte de Israel, el barrio palestino de Shuja’iyya donde vivían 100.000 personas -frente al kibutz-, ha sido vaciado de su población y convertido en una enorme pila de escombros.


Uno de los raros intentos literarios de exponer la sombría lógica de las guerras de Israel es el extraordinario poema de Anadad Eldan, Sansón rasgándose la ropa, de 1971, en el que este antiguo héroe hebreo se abre camino dentro y fuera de Gaza, dejando sólo desolación a su paso. Sansón, el héroe, el profeta, el dominador del eterno enemigo de la nación, se transforma en su ángel de la muerte, una muerte que, como recordamos, acaba provocando también sobre sí mismo en una gran acción suicida que ha resonado a través de las generaciones hasta el día de hoy.


Cuando fui

a Gaza me encontré

a Sansón rasgándose las vestiduras.

en su rostro arañado corrían ríos

y las casas se inclinaron para dejarlo

pasar

sus dolores arrancaron árboles y quedaron atrapados en

las raíces enredadas.

En las raíces había hebras de su

cabello.

Su cabeza brillaba como una calavera hecha de roca.

y sus pasos vacilantes rompieron mis lágrimas

Sansón caminaba arrastrandose bajo un sol cansado

Cristales y cadenas sepultadas en el mar de Gaza

se ahogaron. escuché como

la tierra gimió bajo sus pasos,

cómo le cortó el vientre. Sus

zapatos chirriaban cuando caminaba.


Nacido en Polonia en 1924 como Avraham Bleiberg, Eldan llegó a Palestina cuando era niño, luchó en la guerra de 1948 y en 1960 se mudó al Kibbutz Be’eri, a unos 4 kilómetros de la Franja de Gaza. El 7 de octubre de 2023, Eldan, de 99 años, y su esposa sobrevivieron a la masacre de un centenar de habitantes del kibutz, cuando los militantes que entraron en su casa inexplicablemente los salvaron.



Después del 7 de octubre, tras la milagrosa supervivencia de este oscuro poeta, una obra suya diferente fue ampliamente compartida en los medios israelíes. Porque parecía como si Eldan, un cronista desde hace mucho tiempo del dolor y la tristeza provocados por la opresión y la injusticia, hubiera predicho la catástrofe que azotó a su hogar. En 2016, publicó una colección de poemas bajo el título Six the Hour of Dawn. Esa fue la hora en que comenzó el ataque de Hamás. El libro contiene el desgarrador poema Sobre los muros de Be’eri, lamentando la muerte de su hija por enfermedad (en hebreo el nombre del kibutz también significa “mi pozo”).


A raíz del 7 de octubre, el poema parece inquietantemente pronosticar destrucción y transmitir una cierta visión del sionismo, como algo que se origina en una catástrofe y desesperación diaspórica, que lleva a la nación a una tierra maldita donde los niños son enterrados por sus padres, pero resisten con la esperanza de un nuevo y esperanzador amanecer:



En las paredes de Be'eri escribí su historia.

desde orígenes y profundidades desgastadas por el frío

cuando leyeron lo que pasaba en el dolor y sus luces

cayeron en la niebla y en la oscuridad de la noche y un aullido engendró

una oración, porque sus hijos han caído ante una puerta cerrada

que por la gracia del cielo respira desolación y pena

¿Quién consolará a los padres inconsolables? una maldición

susurra que no haya rocío ni lluvia, puedes llorar

hay un momento en que la oscuridad ruge pero hay amanecer y resplandor.


Al igual que el elogio de Dayan a Ro'i, On the Walls of Be'eri significa cosas diferentes para diferentes personas. ¿Debería leerse como un lamento por la destrucción de un hermoso e inocente kibutz en el desierto, o es un grito de dolor por la interminable y sangrienta vendetta entre los dos pueblos de esta tierra? El poeta no nos ha dicho su significado, como es costumbre de los poetas. Después de todo, escribió esto hace años en luto por su amada hija. Pero dados sus muchos años de trabajo silencioso, preciso y mordaz, no parece descabellado creer que el poema fuera un llamado a la reconciliación y la coexistencia en lugar de más ciclos de derramamiento de sangre y venganza.


Da la casualidad de que tengo una conexión personal con el kibutz Be’eri. Es donde creció mi nuera, y mi viaje a Israel en junio fue principalmente para visitar a los gemelos (mis nietos) que ella había traído al mundo en enero de 2024. Sin embargo, el kibutz había sido abandonado. Mi hijo, mi nuera y sus hijos se habían mudado a un apartamento desocupado cercano con una familia de sobrevivientes (parientes cercanos, cuyo padre todavía está como rehén), creando una combinación inimaginable de nueva vida y dolor inconsolable en un solo hogar.


Además de ver a mi familia, también había venido a Israel para encontrarme con amigos. Esperaba encontrarle sentido a lo que había sucedido en el país desde que comenzó la guerra. La conferencia abortada en BGU no estaba en mi agenda. Pero una vez que llegué a la sala de conferencias ese día de mediados de junio, rápidamente comprendí que esta situación explosiva también podría proporcionar algunas pistas para comprender la mentalidad de una generación más joven de estudiantes y soldados.


Después de que nos sentamos y comenzamos a hablar, me quedó claro que los estudiantes querían ser escuchados y que nadie, tal vez ni siquiera sus propios profesores y administradores universitarios, estaba interesado en escuchar. Mi presencia y su vago conocimiento de mis críticas a la guerra provocaron en ellos la necesidad de explicarme, pero quizá también a ellos mismos, en qué se habían dedicado como soldados y como ciudadanos.


Una joven, que había regresado recientemente de un largo servicio militar en Gaza, saltó al escenario y habló enérgicamente sobre los amigos que había perdido, la naturaleza malvada de Hamás y el hecho de que ella y sus camaradas se estaban sacrificando para garantizar la seguridad futura del país. Profundamente angustiada, comenzó a llorar a mitad de su discurso y renunció a continuar. Un joven, sereno y elocuente, rechazó mi sugerencia de que las críticas a las políticas israelíes no estaban necesariamente motivadas por el antisemitismo. Luego emprendió un breve repaso de la historia del sionismo como respuesta al antisemitismo y como camino político que ningún gentil tenía derecho a negar. Si bien estaban molestos por mis puntos de vista y agitados por sus propias experiencias recientes en Gaza, las opiniones expresadas por los estudiantes no fueron de ninguna manera excepcionales. Reflejaban el espectro mas amplio de la opinión pública en Israel.

Sabiendo que yo había advertido previamente sobre el genocidio, los estudiantes estaban especialmente interesados ​​en mostrarme que eran humanos, que no eran asesinos. No tenían dudas de que las FDI eran, de hecho, el ejército más moral del mundo. Pero también estaban convencidos de que cualquier daño causado a la gente y a los edificios en Gaza estaba totalmente justificado, que todo era culpa de Hamás al utilizarlos como escudos humanos.


Me mostraron fotos en sus teléfonos para demostrar que se habían comportado admirablemente con los niños, negaron que hubiera hambre en Gaza, insistieron en que la destrucción sistemática de escuelas, universidades, hospitales, edificios públicos, residencias e infraestructura era necesaria y justificable. Consideraban que cualquier crítica a las políticas israelíes por parte de otros países y de las Naciones Unidas era simplemente antisemita.


A diferencia de la mayoría de los israelíes, estos jóvenes habían visto la destrucción de Gaza con sus propios ojos. Me pareció que no sólo habían internalizado una visión particular que se ha vuelto común en Israel –a saber, que la destrucción de Gaza como tal era una respuesta legítima al 7 de octubre– sino que también habían desarrollado una forma de pensar que había observado en muchos hace años al estudiar la conducta, la cosmovisión y la autopercepción de los soldados del ejército alemán en la segunda guerra mundial. Habiendo interiorizado ciertas opiniones sobre el enemigo: los bolcheviques como Untermenschen; Hamás como animales humanos –y de la población en general como menos que humana e indigna de derechos–, los soldados que observan o perpetran atrocidades tienden a atribuirlas no a sus propios militares, ni a ellos mismos, sino al enemigo.


¿Miles de niños fueron asesinados? Es culpa del enemigo. ¿Nuestros propios hijos fueron asesinados? Sin duda, eso es culpa del enemigo. Si Hamás lleva a cabo una masacre en un kibutz, son nazis. Si arrojamos bombas de 2.000 libras sobre refugios para refugiados y matamos a cientos de civiles, la culpa es de Hamás por esconderse cerca de esos refugios. Después de lo que nos hicieron, no tenemos más remedio que erradicarlos. Después de lo que les hicimos, sólo podemos imaginar lo que nos harían a nosotros si no los destruimos. Simplemente no tenemos otra opción. A mediados de julio de 1941, pocas semanas después de que Alemania lanzara lo que Hitler había proclamado como una “guerra de aniquilación” contra la Unión Soviética, un suboficial alemán escribió a su casa desde el frente oriental:

El pueblo alemán tiene una gran deuda con nuestro Führer, porque si estas bestias, que son nuestros enemigos aquí, hubieran venido a Alemania, se habrían producido tales asesinatos que el mundo nunca antes había visto... Lo que hemos visto... roza lo increíble... Y cuando uno lee Der Stürmer [un periódico nazi] y mira las fotografías, eso es sólo una débil ilustración de lo que vemos aquí y de los crímenes cometidos aquí por los judíos.


Un folleto de propaganda del ejército publicado en junio de 1941 pinta un cuadro igualmente pesadillezco de los oficiales políticos del Ejército Rojo, que muchos soldados percibieron como un reflejo de la realidad:

Cualquiera que haya mirado alguna vez el rostro de un comisario rojo sabe cómo son los bolcheviques. Aquí no hacen falta expresiones teóricas. Insultaríamos a los animales si describiéramos a estos hombres, en su mayoría judíos, como bestias. Son la encarnación del odio satánico y demencial contra toda la noble humanidad... [Ellos] habrían puesto fin a toda vida significativa, si esta erupción no hubiera sido reprimida en el último momento.


Dos días después del ataque de Hamás, el ministro de Defensa, Yoav Gallant, declaró: “Estamos luchando contra animales humanos y debemos actuar en consecuencia”, añadiendo más tarde que Israel “destrozaría un barrio tras otro en Gaza”. El ex primer ministro Naftali Bennett confirmó: "Estamos luchando contra los nazis". El primer ministro Benjamín Netanyahu exhortó a los israelíes a "recordar lo que Amalek les ha hecho", en alusión al llamado bíblico a exterminar a los "hombres y mujeres, niños y bebés" de Amalek. En una entrevista de radio, dijo sobre Hamás: “No los llamo animales humanos porque sería insultante para los animales”. El vicepresidente de la Knesset, Nissim Vaturi, escribió en X que el objetivo de Israel debería ser “borrar la Franja de Gaza de la faz de la Tierra”. En la televisión israelí afirmó: “No hay gente ajena… debemos entrar allí y matar, matar, matar. Debemos matarlos antes de que nos maten a nosotros”. El ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, subrayó en un discurso: “El trabajo debe completarse... Destrucción total. ‘Borre el recuerdo de Amalek de debajo del cielo’”. Avi Dichter, ministro de agricultura y ex jefe del servicio de inteligencia Shin Bet, habló sobre “desplegar la Nakba en Gaza”. Un veterano militar israelí de 95 años, cuyo discurso motivador ante las tropas de las FDI que se preparaban para la invasión de Gaza las exhortaba a “borrar su memoria, la de sus familias, sus madres y sus hijos”, recibió un certificado de honor del presidente israelí Herzog por “brindando un maravilloso ejemplo a generaciones de soldados”. No es de extrañar que haya habido innumerables publicaciones en las redes sociales de tropas de las FDI en Gaza llamando a “matar a los árabes”, “quemar a sus madres” y “aplanar” Gaza. No se ha conocido ninguna medida disciplinaria por parte de sus comandantes.



‘No me sorprendió tanto lo que ví, pero aún así fue muy perturbador" … Omer Bartov. Photograph: David Degner/The Guardian


Ésta es la lógica de la violencia sin fin, una lógica que permite destruir poblaciones enteras y sentirse totalmente justificado para hacerlo. Es una lógica de victimismo –debemos matarlos antes de que nos maten a nosotros, como lo hicieron antes– y nada fortalece más la violencia que un justo sentido de victimismo. Miren lo que nos pasó en 1918, dijeron los soldados alemanes en 1942, recordando el mito propagandístico de la “puñalada por la espalda”, que atribuía la catastrófica derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial a la traición judía y comunista. Miren lo que nos pasó en el Holocausto, cuando confiábamos en que otros vendrían a rescatarnos, dicen las tropas de las FDI en 2024, dándose así licencia para una destrucción indiscriminada basada en una falsa analogía entre Hamás y los nazis.


Los hombres y mujeres jóvenes con los que hablé ese día estaban llenos de rabia, no tanto contra mí (se calmaron un poco cuando mencioné mi propio servicio militar) sino porque, creo, se sentían traicionados por todos los que los rodeaban. Traicionados por los medios de comunicación, a los que consideraban demasiado críticos, por altos comandantes que pensaban que eran demasiado indulgentes con los palestinos, por políticos que no habían podido evitar el fiasco del 7 de octubre, por la incapacidad de las FDI de lograr una “victoria total”, por intelectuales y izquierdistas que los critican injustamente, por el gobierno de Estados Unidos por no entregar suficientes municiones lo suficientemente rápido, y por todos esos hipócritas políticos europeos y estudiantes antisemitas que protestan contra sus acciones en Gaza. Parecían temerosos, inseguros y confundidos, y algunos probablemente también padecían trastorno de estrés postraumático.


Les conté la historia de cómo, en 1930, los nazis tomaron democráticamente el control del sindicato de estudiantes alemanes. Los estudiantes de esa época se sintieron traicionados por la pérdida de la Primera Guerra Mundial, la pérdida de oportunidades debido a la crisis económica y la pérdida de tierras y prestigio a raíz del humillante tratado de paz de Versalles. Querían que Alemania volviera a ser grande y Hitler parecía capaz de cumplir esa promesa. Los enemigos internos de Alemania fueron eliminados, su economía floreció, otras naciones volvieron a temerla y luego fue a la guerra, conquistó Europa y asesinó a millones de personas. Finalmente, el país quedó completamente destruido. Me pregunté en voz alta si tal vez los pocos estudiantes alemanes que sobrevivieron esos 15 años se arrepintieron de su decisión de 1930 de apoyar el nazismo. Pero no creo que los jóvenes de BGU entendieran las implicaciones de lo que les había dicho.


Los estudiantes estaban asustados y al mismo tiempo su miedo los hacía aún más agresivos. Este nivel de amenaza, así como un grado de superposición de opiniones parecía haber generado miedo y servilismo en sus superiores, profesores y administradores, quienes demostraron una gran renuencia a disciplinarlos de cualquier manera. Al mismo tiempo, una gran cantidad de expertos de los medios y políticos han estado aplaudiendo a estos ángeles de la destrucción, llamándolos héroes justo un momento antes de enterrarlos y darles la espalda a sus familias afligidas. Los soldados caídos murieron por una buena causa, se les dice a las familias. Pero nadie se toma el tiempo para articular cuál es realmente esa causa más allá de la mera supervivencia a través de una violencia cada vez mayor.

Y por eso también sentí pena por estos estudiantes, que no eran conscientes de cómo habían sido manipulados. Pero salí de esa reunión lleno de temor y presentimientos.

Esta también puede haber sido la razón por la que esta vez, por primera vez, había tenido miedo de ir a Israel, y por la que una parte de mí estaba contenta de partir. El país había cambiado de maneras visibles y sutiles, maneras que podrían haber levantado una barrera entre mi persona, como observador desde el exterior, y aquellos que han seguido siendo una parte orgánica de él.

Primer Ministro Benjamin Netanyahu visitando Rafah el 18 julio 2024


Pero otra parte de mi aprensión tenía que ver con el hecho de que mi visión de lo que estaba sucediendo en Gaza había cambiado. El 10 de noviembre de 2023, escribí en el New York Times: “Como historiador del genocidio, creo que no hay pruebas de que ahora se esté cometiendo genocidio en Gaza, aunque es muy probable que se hayan cometido crímenes de guerra, e incluso crímenes contra la humanidad. […] Sabemos por la historia que es crucial advertir sobre el potencial de genocidio antes de que ocurra, en lugar de condenarlo tardíamente después de que haya ocurrido. Creo que todavía tenemos ese tiempo”.


Ya no creo eso. Cuando viajé a Israel, estaba convencido de que, al menos desde el ataque de las FDI a Rafah el 6 de mayo de 2024, ya no era posible negar que Israel estaba involucrado en crímenes de guerra sistemáticos, crímenes contra la humanidad y acciones genocidas . No fue sólo que este ataque contra la última concentración de habitantes de Gaza –la mayoría de ellos ya desplazados varias veces por las FDI, que ahora los empujaron una vez más a una llamada zona segura– demostrara un total desprecio de cualquier norma humanitaria. También indicó claramente que el objetivo final de toda esta empresa desde el principio había sido hacer inhabitable toda la Franja de Gaza y debilitar a su población hasta tal punto que se extinguiría o buscaría todas las opciones posibles para huir del territorio. En otras palabras, la retórica difundida por los dirigentes israelíes desde el 7 de octubre se estaba traduciendo ahora en realidad: es decir, como dice la Convención de las Naciones Unidas sobre el Genocidio de 1948, que Israel estaba actuando “con la intención de destruir, total o parcialmente”, a la población palestina de Gaza, “como tal, matando, causando daños graves o infligiendo condiciones de vida destinadas a provocar la destrucción del grupo”.


Eran cuestiones que sólo podía discutir con un puñado muy pequeño de activistas, académicos, expertos en derecho internacional y, como era de esperar, ciudadanos palestinos de Israel. Más allá de este círculo limitado, este tipo de declaraciones sobre la ilegalidad de las acciones israelíes en Gaza son anatema en Israel. Incluso la gran mayoría de los manifestantes contra el gobierno, los que piden un alto el fuego y la liberación de los rehenes, no los tolerarán.


Desde que regresé de mi visita, he estado tratando de ubicar mis experiencias allí en un contexto más amplio. La realidad sobre el terreno es tan devastadora y el futuro parece tan sombrío, que me he permitido alguna historia contrafáctica y hacer algunas especulaciones esperanzadoras sobre un futuro diferente. Me pregunto: ¿qué habría pasado si el recién creado Estado de Israel hubiera cumplido su compromiso de promulgar una constitución basada en su Declaración de Independencia? Esa misma declaración que afirmaba que Israel “se basará en la libertad, la justicia y la paz tal como lo previeron los profetas de Israel; asegurará la completa igualdad de derechos sociales y políticos a todos sus habitantes sin distinción de religión, raza o sexo; garantizará la libertad de religión, de conciencia, de lengua, de educación y de cultura; salvaguardará los Lugares Santos de todas las religiones; y será fiel a los principios de la Carta de las Naciones Unidas”.


¿Qué efecto habría tenido tal constitución sobre la naturaleza del Estado? ¿Cómo habría moderado la transformación del sionismo de una ideología que buscaba liberar a los judíos de la degradación del exilio y la discriminación y ponerlos en igualdad de condiciones con las otras naciones del mundo, a una ideología estatal de etnonacionalismo y opresión de los demás, de expansionismo y apartheid? Durante los pocos años esperanzadores del proceso de paz de Oslo, la gente en Israel empezó a hablar de convertirlo en un “Estado de todos sus ciudadanos”, tanto judíos como palestinos. El asesinato del primer ministro Rabin en 1995 puso fin a ese sueño. ¿Será posible que Israel descarte alguna vez los aspectos violentos, excluyentes, militantes y cada vez más racistas de su visión tal como la abrazan ahora tantos de sus ciudadanos judíos? ¿Podrá algún día reinventarse como sus fundadores lo habían imaginado tan elocuentemente: como una nación basada en la libertad, la justicia y la paz?


Es difícil permitirse tales fantasías en este momento. Pero tal vez precisamente debido al punto más bajo en el que se encuentran ahora los israelíes, y mucho más aún los palestinos, y la trayectoria de destrucción regional que sus líderes los han emprendido, rezo para que finalmente se levanten voces alternativas. Porque, en palabras del poeta Eldan, “hay un momento en que la oscuridad ruge pero hay amanecer y resplandor”.


@gdnlongread





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